martes, 29 de enero de 2013

Versar el reverso de la piel.


Reiterar que la distancia crea poetas
es regalarte el título de muso a distancia,
mientras yo me juego los nudillos
en cada punto y aparte de cada verso.
En los que hablo de ti.

A tientas y tirando de kilómetros
he sobrevivido en otros ojos,
en otras bocas,
en otros brazos.
Como lo has hecho tú.

Las letras titubean sobre si salir y ser escritas a pluma
o seguir desgarrando mis cuerdas vocales,
mi interior.
Desgarrándome.  A mí.

Y tú no lo entiendes.
Tampoco lo termino de hacer yo.
Que no es fácil leerme entre líneas y saber
que tengo razones para quererte
y quererte odiar.
                       

Que los espacios en silencio me incomodan
(porque en mi mente hay una voz que grita,
grita más fuerte si no estás tú),
como los espacios en blanco.

No escribo el remite
ni tu dirección,
porque en el reverso de la piel
sólo se marcan los besos que de versos han nacido
y los versos que te he besado.

sábado, 26 de enero de 2013

Tú, mi once de octubre.

El primer día me quedé a la altura de tus hombros
y la inercia jugaba entre nosotros 
para llegar a ladear mi cabeza contra tu cuerpo.
(No sucedió).

Me quedé a la altura de tus hombros, 
sí.
Miraba hacia arriba, por encima de mi nariz
avistando unos ojos azules.
Tus ojos azules.
Y fue ahí, en ese preciso instante,
donde me maté.

No sabría decir, 
ni medir, 
los temblores interiores de mi cuerpo
que se propulsaban hacia fuera mediante espasmos
entre mis dedos.
Como si al tocarte me agarrase a cables de alta tensión.

Pero en cada uno de tus pestañeos, 
me inundaba de magia.
Era tal el brillo de mis ojos,
"grandes, casi negros y tan profundos"
que el rubor de mis mejillas adquiría tonalidad.
Y sonreías, 
y sonreí.

Me di cuenta de que el tiempo era una absurda gilipollez
que nos entorpecía.
Quería acabar con él,
romper las agujas de cada reloj.
Detenerlo.

Compartir un café, 
juntar tus manos y las mías.
Nuestros labios.
Y terminar atando nuestros cuerpos 
en su centro de gravedad.
Ombligo contra ombligo.

sábado, 19 de enero de 2013

El lado porno en la poesía no suena como tal.


Escribir es una de mis maneras de no ahogarme,
de sobrevivir a los nudos de garganta
y a las noches más frías del invierno.

Escribir o versarte es lo más parecido a tocarte,
por muy lejos que estés.
Las palabras tienen esa caricia propia
que calma a las fieras y aumenta el deseo a la misma vez.

Que el lado porno en la poesía no suena como tal.
Suena mejor, más intenso y profundo.
Como con más ganas.
Con ganas de ti.

viernes, 11 de enero de 2013

Cada noche, desde entonces.


Resulta inapropiado intentar poemizarte (Al menos hoy).
Los kilómetros en invierno se atragantan
y queman, pese al frío.
Las palabras enmudecen por más que alzamos la voz.
En mi garganta se quiebran demasiados puntos suspensivos sin ti,
con algún que otro punto de sutura.

Catapultamos la estela de los sueños
para naufragar en mitad de la nada.
Por ti, por mí (Por nosotros).

Nos prometimos un mundo que está en lista de espera,
y va para rato.
Con los ojos abiertos como platos y el oído agudizado,
intentamos disimular que lo que nos rodea, nos da igual.
Cuando, en realidad, no es así.

Y quedan noches por compartir.
Hasta las tantas, sí. Como en verano.
Que llevo apuntadas la cantidad de noches que me debes,
mientras (te)pienso y (te)escribo.
Rozan casi unas veinticuatro hojas de calendario.

Que guardo la primera conversación, hasta ahora.
Te tengo en palabras, bajo la copia de seguridad de whatsapp.
Cada noche, desde entonces.

jueves, 10 de enero de 2013

Descubriendo(te).


Tiene la capacidad innata de reescribir en versos la belleza.
Y digo innata, porque es alucinante cómo lo hace.
Puede que sus sueños ya no duerman, pero viven.
Se esconden entre las agujas del reloj y su piel,
es uno de los mejores lugares dónde pueden habitar: en su piel.

Peca de cabezota, de no ser de sonrisa fácil,
pero también peca de una belleza interior llevada al extremo.
No tengo muy claro si corre el riesgo de perderse entre la noche y los versos.
Seguramente sí.

Ha delineado amaneceres tras madrugadas muy largas,
mirando hacia algún lugar dónde sólo había oscuridad.
Dónde las estrellas dormían sobre el manto del cielo,
arropadas por el astro madre: la luna.