domingo, 19 de enero de 2014

Quiero besar a tus monstruos para que te calmes.

Anoche llegó,
él,
otra vez,
sin estar aquí,
estando a más de mil kilómetros,
a decirme que no sabía cómo
había vuelto a casa.
Pero que ya había llegado.
No recuerdo exactamente qué hora era pero,
no era temprano
ni tampoco demasiado tarde.
Aún estaba despierta,
leía algo de César,
después de volver a casa del curro.
No me apetecía nada retomar los apuntes 
que había dado por imposibles esa misma tarde.
Me entretuve además viendo caer la lluvia,
moviendo los pies al ritmo de sus golpes en el cristal de la ventana.
Detalles.

Me dijo que allí hacía frío pero que le daba igual.
El invierno es otra cosa, me hizo entender;
y a veces tiene mucho que ver con el hueco de mi ausencia,
y toda esa mierda.
Yo que aún estoy por llegar.

'Pero estás, y es lo que importa'.

Siguió diciéndome que no estaba orgulloso de lo que había hecho,
esa noche;
que Ella tenía la culpa
de sentirse así.
Al menos la mayor parte.
De no reconocerse ahora ante un espejo.
De seguir llenando vasos
que veía vacíos
después de ser él mismo quien los vaciase.
Me confesó que había bebido,
y mucho.
Que también había fumado,
cuando eso es algo que jamás se le había pasado por la mente.
Fumar.

Creo que es de esas cosas que pasan
y no puedes,
ni quieres evitar,
cuando no tienes unos labios que llevarte a la boca
en ese momento.

                                  -Cuando quieres olvidarte de todo,
                                  sin éxito-.

Más que por placer,
que también,
por necesidad.
Cuando ya no sabes dónde meterte
ni encuentras las formas de salir de donde estabas.

Ha vuelto a perderlas. 
Las formas, digo.
Él ha vuelto a perderse.
Y a mí me hubiera gustado encontrarle en ese momento,
justo en ese preciso instante,
y compartir un posible cáncer de tanto humo
y nicotina. 
Un piti,
un peta,
o toda una noche entera a su lado.
Nada más.

(Fumar.

Es respirar el humo de tus miserias,
prender fuego a tus lágrimas,
a tus penas.
Besarte por dentro a base de mechero.

Es fundirte el dinero
cuando no hay para cerveza
o cuando no encuentras a ese alguien que te entienda).

Eso me ha dicho hoy
y me he roto un poco más por dentro
porque no sólo sé de lo que habla,
lo siento.

Esa espinita que tiene,
más que clavada,
atravesándole el cuerpo,
entre pecho y espalda,
pasando tan cerca del corazón,
anoche chocó con todas mis heridas entreabiertas.

                                    -Joder, cómo dolían.
                                    Cómo no pudimos evitar dolernos-.

En una canción 
bailamos
sobre nuestro propio charco de lágrimas 
y sangre.

                                    - Demons-.


En el reflejo del agua nos reconocimos
como niños.
Perdidos.
Los dos.

Él allí,
a solas,
yo aquí
queriendo estar pisando sus miedos.
Dejándolos a un lado.
Barriéndolos hacia afuera.
Echando todo lo que le estorba dentro.
Con él.

Aún se siguen dando puñaladas
por la espalda
mientras nos sonríen de frente,
nos clavan la mirada
cuando en los ojos 
nuestro silencio pide a gritos abrazos.
Uno, al menos.
Uno, de tantos.

He sentido el filo de sus versos
cuando he leído lo que escribe.
A veces parecen cuchillas afiladas.
Y yo, que me creo malabarista 
siendo una auténtica gilipollas,
juego con ellas entre mis manos.
Me metí de lleno a dejarme arañar
y acariciar a partes desiguales.
Depende de la emoción el placer,
el dolor
y los daños colaterales.

Él, 
vértigo.

Hasta el miedo podría temerle.
Y eso él tampoco lo sabe.

He sentido el calor de sus brazos
sin tocarme
cuando sus intenciones han sido 
mantenerse vivo una noche más.
Cuando sus intenciones primarias 
o urgentes
han sido hacerme sonreír y reír
hasta conseguir salvarme
(de mí misma, también),
y salvarle,
al mismo tiempo,
con mis maneras,
de otra huida.

Como el beso después de un orgasmo,
como correrse a la vez.
Como ser menos cobardes.
Cómo.

Cree que mis ojos son dos faros
y sigo sin entender dónde encuentra las luces

                                     -con la de veces que las he buscado
                                     por no ir a tientas 
                                     (y a golpes)
                                     por mi vida
                                     con todo a cuestas-,

con las que a veces decide
y se arriesga
a guiarse.
Por mi camino de piedras,
de escombros,
de ruinas.

Anoche tuve el placer de escucharle
y reescucharle
a través de una nota de audio.
Créedme. 
Tiene esa voz 
que me gustaría escuchar
y oír
a todas horas
revolviéndome la vida,
maquillando el dolor de las ausencias
con tan solo hacerse notar
como presente.

Hace música entre los dientes.
Envidio a su paladar por el gusto que tiene
al bailar con su lengua
todas las canciones que vibran entre sus cuerdas vocales.

Envidio a sus pestañas
y a sus ojos que, con la luz,
parecen querer ser verdes;
y cómo sus párpados se cierran 
invitándole a soñar.
Porque tiene que ser tan bonito verle soñar...

Vivir con.
Vivirle.






jueves, 16 de enero de 2014

Con descaro, te necesito.

No me voy a privar estas ganas de decirte
ni me voy a censurar 
a la hora de contarte
ni a las dos horas
ni a las tres
ni, joder...

No me voy a callar esta noche 
porque no estás tú para callarme.
Puede que caiga rendida en un sueño
y no a tus pies pero,
déjame decirte,
que masturbarse es como pedir últimas copas 
que no acaban nunca
al fondo de la barra en un bar
mientras otros bailan canciones que odias
y no suena nunca tu canción favorita.

Eso,
me entiendes.
Pregunto.
Eso y que...

Ojalá esta noche estuvieras aquí,
guitarra en mano
para tocar como te atreves a tocarme,
para inventar 
otra forma
de crear 
melodías compatibles
con la fuerza de tus orgasmos.

Ojalá esta noche estuviera allí
haciendo equilibrio en las baldosas de las calles
que me llevan hasta tu casa
para bailarte bajo las sábanas
en las líneas de las palmas de tus manos
todos los tangos
que estuvieras dispuesto a lamerme.

Sé del cielo de tu boca
y también que te echo de menos.

Ojalá esta noche un abrazo
también encajase entre tus piernas
-tan bien-
nuestros cuerpos.
Desnudos.
Sedientos.
Hambrientos.
Violentos.